Cuando comencé mis estudios musicales, mi idea fue ingenuamente quizá, ganarme la vida como cantante. Pretensiones bastante ingenuas cuando naces un país donde no existe una cultura operística o simplemente, no existen políticas culturales que incluyan algo más que los famosos carnavales avalados por la UNESCO como patrimonio inmaterial de la humanidad y festivales parecidos. En un país donde las entidades independientes y privadas (que en el lugar de donde vengo son pocas…poquísimas) donde siempre contratan a los mismos y no dan ningún chance a debutantes, especialmente si provienen de lugares donde ellos en su “infinita sabiduría”, consideran que no sale nada que valga la pena oír. Justo ahí, AHÍ; pretendía hacerme cantante y vivir de eso.
Cuando Salí de la facultad de música, donde me gradué como licenciada en educación musical con énfasis en violín (instrumento que tuve que estudiar porque no me ofrecían la materia de canto como principal si no como instrumento secundario) tenía la absoluta determinación de lograr mi meta; Pero al enfrentarme a la realidad de mi medio ambiente, fue como una bofetada en la cara y con la mano mojada como para que duela más. Sabía que enseñar no era mi gran sueño, y francamente un aula de clases se parecía a la peor de mis pesadillas, sin embargo, estaba la opción de las clases privadas, que, si bien no era lo que más me gustaría hacer, era mucho mejor que un salón de clases lleno de niños o jóvenes que no tenían ni el más remoto interés en aprender algo.
Con eso en mente, después de varios años de realizar otros trabajos relacionados con la música y coquetear con la docencia haciendo reemplazos y enseñando un poco aquí y allá, Decidí entrar de lleno al mundo de las clases privadas.
Cuando comencé, creí que era solamente llegar hacer mi trabajo, cobrar e irme;eso sí, hacer mi trabajo lo mejor posible, pero hasta ahí. Pero para mi gran sorpresa, más que cantar, sin importar la edad, el sexo, la clase social, los alumnos …MIS ALUMNOS querían hablar… si,” HABLAR”. Ellos querían contarme su día, como les había ido en la escuela, en la universidad o trabajo, contarme sus dramas personales, sus miedos, sus problemas familiares y hasta sus traumas; en definitiva, contar conmigo como persona. Obviamente querían cantar, pero por una extraña o mágica razón, veían en mi alguien a quien podían contarle lo que a otros o incluso a su propia familia no querían decirle.
En ese momento me di cuenta que tratar de mantenerme en el rol inquebrantable de la maestra de canto y nada más, siempre al margen de lo personal, no iba a funcionar si quería que tuvieran resultados en su labor de aprender el arte del canto, comprendí que, si el alma y la mente no están tranquilas, no lograrían nada y tuve que reconocer que quizá ser maestro y artista, implicaba una responsabilidad mucho mayor de la que pude imaginar; así que tenía que hacer algo, pero ¿qué? Sinceramente estaba preocupada. Yo no era una terapeuta (no sé por qué creí que la docencia y la psicología no estaba relacionadas, a pesar de haberla cursado en la facultad); una muestra más que al salir de la facultad no tienes ni idea de cómo es el medio en la realidad.
Afortunadamente tengo en mi familia, para ser exacta, un padre y un hermano que, aparte de ser artistas e intelectuales, se habían especializado en según yo, en demasiadas ramas de la psicología moderna de corrientes humanistas y otras especialidades que no recuerdo ahora; en fin, más preparados que un yogurt griego.
La finalidad de tanta preparación era ayudar a las personas en el auto conocimiento y desarrollo de herramientas que empoderen; así que ante los retos inesperados que la aparentemente pacifica actividad que la enseñanza me presentaba, tuve que buscar asesoría en ellos, ya que mis alumnos de música demandaban de mí mucho más que el conocimiento de la técnica del canto; querían y necesitaban sentirse acompañados de manera integral , utilizando la música como herramienta y bálsamo para aquellos tormentos que pesaban en su psiquis.
Debo confesar, que nunca pensé, que, interesándome sinceramente por ser mejor como maestra, mejorando mis conocimientos y habilidades docentes, humanistas y psicológicas, en verdad podría ayudar a alguien a lograr sus sueños. Nunca pensé tener el alcance de influenciar por medio de la música a cambiar su plan de vida por uno más satisfactorio que respondía verdadero llamado de su corazón; Ayudarlos a tener una vida más feliz y mirar sus antiguas dificultades como algo del pasado o que no tiene tanto peso en el presente como lo tuvo antaño. Con nuevos proyectos y retos que los llenarían de alegría y energía para seguir adelante pase lo que pase y sea cual sea el rumbo que decidan tomar. Aprendí que la música no solo es música; es una herramienta para entrar al extraño mundo de las emociones y la psiquis, es una forma de sanar y de dar amor. Porque el amor es darnos a nosotros mismos y al hacer arte sea cual sea el canal que usemos, si es sincero, siempre nos estamos dando y sin lugar a duda lo que se da con amor y honestidad siempre, siempre sana.
Actualmente muchos de esos chicos ya iniciaron una carrera musical como cantantes de pop o urbano, y aunque ni yo misma lo pueda creer, algunos como cantantes Líricos que incluso han sido aceptados en operas estudio de Italia y Alemania, han tenido experiencias en la lírica que yo nunca tuve, con proyecciones que a su edad yo jamás pensé; en definitiva, son mejores cantantes de lo que yo fui a su edad, y lo que es más importantes, hoy son más felices y positivos. la verdad, yo también, porque cuando pretendí ser maestra, también fui alumna de mis pupilos y cada quien aprendió las lecciones que estaba necesitando.
Justo ahora me doy cuenta que al recibir ellos con amor lo que podía enseñarles, yo también aprendí…y mucho. Creo que eso es bastante.
Mirando en retrospectiva, ahora, después de más de veinte años enseñando, (porque empecé los 21 y hoy tengo 44) es cuando logro comprender la responsabilidad enorme que se adquiere cuando aceptas enseñarle a alguien, porque en verdad puedes ayudar a lograr o frustrar el sueño de alguien, ampliar o reducir sus horizontes, y a la vez los nuestros, ya que siempre se recibe lo que se da. en fin, puedes ayudar a que la vida en términos generales sea mejor y más satisfactoria de lo que ellos y nosotros nos imaginamos’… o no.
Al igual que los derechos y deberes que van inexorablemente juntos nos guste o no, la enseñanza-aprendizaje también, y cuando empezamos un proceso con un nuevo alumno, también nosotros iniciamos un proceso de aprendizaje, no solo musical si no de vida, que es aún más profundo y místico.
Por eso siempre es saludable preguntarse ¿qué clase de maestro quiero ser?
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